Chano Lobato cuenta que el cantaor gaditano Ignacio Espeleta (1871–1938) tenía que cantar en una ocasión para las bailaoras La Macarrona y La Malena y no se acordaba de la letra, ya que estaba “bien puesto”, por lo que improvisó ese tirititrán al cante por alegrías que, al parecer, desde entonces se ha convertido en introducción, salida o temple a ese tipo de palos flamencos.
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