Es primavera en la campiña jerezana de 1869 cuando suenan las campanas de una de las iglesias más emblemáticas de la ciudad, San Miguel. Es el bautismo de uno de los personajes más relevante y renovador de la historia del Flamenco. Este niño, considerado posteriormente por algunos como “El Papa del cante”, fue dado en adopción y entregado recién nacido a Antonio Chacón Rodríguez, zapatero de profesión, y a su esposa María García Sánchez.
Ambos vecinos de la calle Sol de Jerez de la Frontera, provincia de Cádiz. Esta familia jerezana le reconoce como hijo y les dan sus apellidos. Antonio Chacón García, genio creativo, que influirá en la forma definitiva de los cantes del Flamenco, que conocemos hoy en día. Por su personalidad creadora, dejó su profunda huella en los estilos por Malagueñas, Cantes de Levante, Granaínas y Cantiñas.
Desde muy joven ayuda a su padre en la zapatería, pero a Antonio lo que le gustaba era cantar y ello le costó más de un disgusto con su padre. Chacón declaró en una entrevista: “Yo creo que canto desde antes de empezar a hablar claramente, cuando yo era niño, Jerez era la meca del arte flamenco. Se aprendía a cantar y bailar al mismo tiempo de ir a la escuela, y no se hablaba más que de Silverio, Curro Dulce y El Loco Mateo…”
Por las Memorias de su buen amigo y guitarrista, también jerezano, Javier Molina se conoce de manera detallada los comienzos artísticos de Chacón, que con 16 años ya actuaba en el Café Cantante de Juan Junquera, al parecer sin mucho éxito.
Decide entonces, hacer una gira por ferias de diferentes localidades andaluzas: Cádiz, Sevilla y Huelva, llegando hasta la provincia extremeña de Badajoz. Acompañado de sus amigos, los hermanos Molina, Antonio bailaor y Javier guitarrista, emprende su primera gira profesional. 1886 va a ser un año clave en la vida de Chacón.
En julio de este año, el matador de toros Manuel Hermosilla celebra su triunfo en la corrida de toros del día anterior en Jerez, en la tienda La Rondeña. La fiesta dudaría toda la noche y en ésta cantó Enrique El Mellizo. Cantaor gitano nacido en Cádiz y que gozó de un prestigio indiscutible en su época.
En esta fiesta, el joven Chacón, causó asombro y una gran admiración entre todos los asistentes. El Mellizo recomendó a Chacón para que actuara en Cádiz, en la Velada de los Ángeles. El mismo Chacón lo relataría en una entrevista así: “Iba a cantar siguiriyas y cuando me había sentado al lado del gran Patiño, vi entrar a Enrique El Mellizo y a su hermano Mangoli con varios aficionados inteligentes y con Enrique Ortega El Gordo, los mejores que había en aquella época. Ya ve cómo cantarían, que yo al verlos en el café cantante dije a mi tocaor: Yo no canto por seguiriyas, me da vergüenza. ¿Y entonces que quieres cantar arma mía?… Tóqueme usted por malagueñas. Y canté una con letra y música mía: «Dando en el reloj la una, de aquella campana triste, hasta las dos estoy pensando, el querer que me fingiste y me dan las tres llorando. Y canté por ese cante, que no sabía bien, y me aplaudieron mucho. Desde aquella noche quedé enamorado de las malagueñas. Tanto gustaban que quedó en el café una competencia entre El Mellizo y yo. Salíamos al tablao Enrique El Mellizo, que ganaba ocho pesetas por noche, con su tocaor, el maestro Tapia, y yo con el maestro Patiño. Las discusiones duraban un rato y volvía él de nuevo y otra vez el niño, como me decían”.
En otoño de 1886, el gran Silverio Franconetti, cantaor enciclopédico nacido en Sevilla, contrata a Chacón para actuar en su Café Cantante. Tanto éxito tuvo, que estuvo durante ocho meses actuando en el Café de Silverio, junto a los más destacados cantaores de la época. Cosecha grandes éxitos en su paso por Málaga, actuando en el Café de Chinitas, y por el Café del Burrero, en Sevilla. Hasta tal punto, que Silverio tuvo que actuar de nuevo en su Café, estando ya retirado, para salvar la clientela. Cuenta su biógrafo, José Blas Vega, que en la etapa en que Chacón reside en Málaga “conoce a una aristócrata con quien vive una pasión amorosa que duró cuatro años, espacio de tiempo durante el que Chacón cantó muy poco en público, pero que aprovechó para instruirse culturalmente y refinar su sensibilidad artística, estudiando los orígenes y matices melódicos de muchos estilos y viajando y conociendo a viejos cantaores”.
Tras el fallecimiento de su pareja vuelve a los escenarios. En 1912 ocurre un hecho trascendental para la historia del Flamenco. Chacón se instala definitivamente en Madrid. Esto supone el encuentro y relación con el guitarrista madrileño, Ramón Montoya Salazar. Guitarrista que revolucionó la forma de la guitarrista flamenca de su época y ha influido en todas las generaciones futuras de la guitarra moderna.
Este fue el encuentro entre dos revolucionarios que transformaron la historia del Flamenco. En 1914 embarcó para América, con sus amigos de la compañía teatral de María Guerrero, donde actúo en Montevideo y Buenos Aires anunciado como Rey del Cante Andaluz, obteniendo un éxito rotundo. De vuelta a España, en 1922, preside el célebre Concurso de Cante Jondo de Granada, en el que también estaban músicos de la talla de Manuel de Falla y poetas como Federico García Lorca. Allí conocerá a un jovencísimo Manolo Caracol.
Chacón fue uno de los primeros revolucionarios del Flamenco. Participó en numerosos festivales, fiestas privadas, teatros, Cafés Cantantes y grabó numerosos discos. Cosechó tanta fama y tan grande fue su éxito, que transformó incluso, gracias a su fama, la forma de vestir de los artistas flamencos, prestándole señorío y elegancia. Los aficionados comenzaron a anteponer el “don” a su nombre, como reflejo de la admiración y el respeto que despertaba en los ambientes flamencos. Muere el 21 de enero de 1929, en su domicilio, a consecuencia de una arterioesclerosis, como figura en el certificado médico reflejado en la partida de defunción.
Según Blas Vega: “El entierro se verificó al día siguiente a las dos de la tarde. Desde mucho antes, numeroso público de todas las clases sociales acudió a la casa mortuoria. El cadáver fue encerrado en un lujoso féretro negro con herrajes de plata y depositado en una carroza a la federica, tirada por seis caballos…”. El cortejo fue presidido por el duque de Medinaceli y se detuvo en la puerta del Teatro Pavón, donde algunos compañeros cantaron en su homenaje, siendo enterrado seguidamente en el cementerio de la Almudena de Madrid.
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